Para muchos de nosotros, sobre todo si vivimos en ciudades, el tiempo es una cosa escasa. Casi ni tenemos tiempo para decir que no tenemos tiempo. Pararse es equivalente a podrirse, porque, como decía un anuncio, “si no te mueves, caducas”. Pero hay otra cosa que va a caducar si no nos paramos: nuestra relación con Dios.
Es difícil continuar enamorado de alguien con quien pasamos poco tiempo o a quien casi no dedicamos ni un pensamiento. Antes de considerar unas sugerencias, necesitamos entender por lo menos dos temas en relación a nuestro tiempo con Dios.
Administración
Como creyentes, el tiempo no nos pertenece; lo administramos. Este principio parte de que somos siervos de Dios (Ro. 6:22), ya no es, “Este porcentaje es para el Señor”, sino “Mi tiempo es del Señor”. Podríamos preguntarnos:
Como creyentes, el tiempo no nos pertenece; lo administramos. Este principio parte de que somos siervos de Dios (Ro. 6:22), ya no es, “Este porcentaje es para el Señor”, sino “Mi tiempo es del Señor”. Podríamos preguntarnos:
¿He “devuelto” mi tiempo a Dios?
¿He reconocido que soy su administrador?
¿Le he preguntado qué quiere que haga con su tiempo?
La administración requiere el uso riguroso de la oración y del cerebro, aprendiendo a diferenciar entre lo urgente y lo prioritario.
Relación
Necesitamos cambiar el botón automático del “activismo” por la constante de “relación con Dios”. Nuestro tiempo con Él no es una actividad adicional ni una cuota diaria.
Necesitamos cambiar el botón automático del “activismo” por la constante de “relación con Dios”. Nuestro tiempo con Él no es una actividad adicional ni una cuota diaria.
Por otro lado, la idea de relación no debería descartar ese tiempo especial con el Señor. Sería fácil caer en la comodidad con la excusa de que “Dios está siempre con nosotros; estamos todo el día con Él”. Al contrario, la idea de relación conlleva el tiempo a solas, íntimo.
¿Ahora qué?
Una buena idea es identificar por qué no tenemos tiempo para Dios. Puede que tenga que ver con el manejo de nuestro tiempo.
Una buena idea es identificar por qué no tenemos tiempo para Dios. Puede que tenga que ver con el manejo de nuestro tiempo.
Espontáneo: Dice que no tiene tiempo para Dios, pero siempre aprovecha el día del espectador para ir al cine. Lee Cosmopolitan, pero no tiene 10 minutos para leer la Palabra. Pasa horas hablando por teléfono, pero sólo habla con Dios gracias a la comida que come. Puede que lamente no haber hecho el devocional, pero su mayor problema es que funciona en base a las apetencias. No ha aprendido a aprovechar el tiempo.
Entregado: Dice, “No tengo tiempo para Dios” mientras que corre a la próxima reunión de su iglesia. No desaprovecha el tiempo, pero se mete en demasiados compromisos. No controla su agenda. Los que controlan su agenda son una ONG, la clase de italiano, sus amigos, la autoescuela, el coro y la Internet. Como no sabe decir “no” a muchas actividades buenas, acaba diciendo “no” a lo mejor, su relación con Dios.
Establecido: Es el que más se acerca a la verdad al decir, “No tengo tiempo para Dios”, aunque con un cambio de mentalidad vería que tiene tiempo para Él. Su horario y sus responsabilidades son inflexibles, dejándole con menos opciones: es madre y trabaja fuera del hogar, es dueño de un comercio, estudia y trabaja, o se pasa la vida en viajes de negocio. Tiene poco tiempo libre. Se levanta temprano y se acuesta tarde.
Sugerencias
Con los cimientos de la administración y la relación, y un reconocimiento honesto de nuestro manejo actual, podemos sacar unas herramientas para construir ese tiempo con Dios.
Con los cimientos de la administración y la relación, y un reconocimiento honesto de nuestro manejo actual, podemos sacar unas herramientas para construir ese tiempo con Dios.
La agenda indispensable: Si no llevamos nosotros las riendas de nuestro tiempo, se encargarán otros de llevarlas. Necesitamos una agenda. La clave es establecer nuestro tiempo con el Señor como base de todo lo que tenemos que hacer. Aunque sean 15 minutos diarios, apuntémoslo en la agenda y respetémoslo. Es el encuentro con la persona más importante de nuestra vida. Si no fallamos a las citas con nuestros clientes o amigos, ¿cómo vamos a fallarle al Rey de Reyes?
La palabra “no”: Aprendamos a decir “no”. Cuesta, sobre todo al principio, negarnos a participar en un comité, por buena que sea la causa, porque ya tenemos un compromiso: nuestro tiempo con Dios. Hay que entrenarse para decir “no”; en ocasiones no sólo a gente, sino a ladrones del tiempo como pueden ser la telenovela, cierto tipo de lecturas inútiles, o el chisme.
La familia: Eduquemos a los niños para que respeten el tiempo que tienen sus padres para leer la Biblia. Sea cual sea el tiempo que se establezca en casa, es importante que la familia lo respete y nos dé esos momentos de paz.
Intervalos de tiempo: Se trata de tiempo muerto en una sala de espera o en el autobús, podemos mentalizarnos de que ya estamos en comunión con Dios. Una amiga, madre de seis, tiene poco tiempo a solas durante el día. Cuando se levanta a las tantas de la madrugada para atender a la más pequeña, aprovecha para orar. Oremos cuando nos acordemos de alguien, como Pablo, que oraba por los filipenses siempre que se acordaba de ellos (Fil. 1:3).
Tiempos más largos: Apartemos tiempos más largos para el Señor en fin de semana, sobre todo si entre semana sólo tenemos tiempo para momentos cortos con Él. Se puede empezar con metas modestas, adquirir el gusto, y considerar un día entero cada tres meses o en vacaciones. Podemos incluir un tiempo de ayuno.
La pereza: Puede que sea ésta, y no la falta de tiempo, nuestra verdadera enemiga. El autor John Stott enfatiza ganar “la batalla del umbral” por medio de promesas bíblicas porque el enemigo no quiere que pasemos tiempo con Dios. Podemos pensar en alguien a quien podamos rendir cuentas en cuanto al uso de nuestro tiempo; quizá sea la disciplina que necesitemos.
Por último, es crucial parar y analizar el rumbo de nuestra vida. Si no lo hacemos, no podremos dedicarnos a lo que realmente importa.
© Elizabeth Clark Wickham